Una defensa firme (y necesaria) del coste de la interpretación de conferencias

Foto: Cottonbro Studio (Pexels)

16 de abril de 2025

En esta antesala del descanso que muchos nos tomamos durante los días «fuertes» de la Semana Santa, he querido detenerme a reflexionar sobre algo que vuelve con frecuencia en mi trabajo: el coste de la interpretación de conferencias. O, más bien, la sorpresa que muchas personas expresan al conocerlo.

«No imaginaba que el precio fuese tan alto», dicen. Cuando me dicen eso, sonrío, con calma y cierta resignación, sabiendo que esta frase surge del desconocimiento, no de la mala intención. Pero también sabiendo que toca explicar, una vez más, por qué este trabajo —mi trabajo— cuesta lo que cuesta.

Interpretar no es solo trasladar palabras de un idioma a otro: la interpretación simultánea o consecutiva exige un nivel de concentración y agilidad mental que pocas profesiones requieren. Cada intervención exige horas de preparación previa: lectura de documentos, elaboración de glosarios y comprensión profunda de los temas que se van a tocar. Y una vez comienza el evento, trabajamos en cabina o a pie de escenario con máxima precisión, sin margen de error, sin pausas y sin desfallecer.

A veces, me preguntan si todo eso justifica el precio. Mi respuesta es siempre la misma: ¿cuánto cuesta un evento internacional? ¿Y cuánto de todo ese esfuerzo depende de que el mensaje llegue con claridad, fuerza y matices a todos los públicos? La interpretación no es un añadido decorativo; es un eje esencial de la comunicación multilingüe. Sin intérpretes preparados, no hay entendimiento posible. Y cuando se ahorra en calidad, se paga —caro— en reputación, confusión e incluso cuota de mercado.

Lo que no se ve también cuenta: el desplazamiento, la coordinación con técnicos y la puesta a punto del equipo, que se suman al estrés de trabajar con idiomas y culturas en tiempo real. Todo eso sin hablar de nuestra formación: años de estudios, especialización, práctica y actualización constante.

Sé que hay quien opta por soluciones más económicas. Y también soy consciente lo que eso suele significar: resultados mediocres, audiencias que desconectan o incluso errores diplomáticos. La interpretación profesional no es un lujo: es una inversión estratégica.

Por eso, defiendo tarifas que reflejan el valor real de nuestro trabajo. Lo hago con convicción y transparencia, porque creo en la profesión y en el impacto positivo que puede tener una buena interpretación. No se trata de pedir más por capricho: se trata de dar lo mejor de mí con rigor, respeto y excelencia, y de valorar todo lo que hay detrás del servicio que presto.

En el mercado se pueden buscar siempre alternativas más baratas. Con todo, lo bueno, lo profesional y lo que de verdad suma, si bien no es barato, merece cada céntimo.

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