Lecciones de Semana Santa para una británica

Foto: Païma Beauté (Unsplash)

10 de abril de 2025

Cuando me mudé a España, algo que me fascinó en especial fue la Semana Santa.

En el Reino Unido, la Pascua es más bien una excusa para comer huevos de chocolate, ver a la familia y quizás escaparse unos días si el tiempo lo permite. Nada que ver con los cortejos solemnes, las saetas, el incienso o esos silencios sobrecogedores que hablan más que las palabras. Al principio, reconozco que no entendía bien qué pasaba. Me parecía lento, excesivo, incluso un poco teatral —y eso que a mí me encanta el teatro—. Pero entonces aprendí a observar.

En mis primeras incursiones en el sur de España, vi cómo la gente esperaba horas para ver pasar un paso o trono durante apenas unos minutos. Cómo se contenía el aliento. Cómo el sonido de una banda rompía el silencio con una precisión casi quirúrgica. Todo tenía un tempo, un respeto por el momento y una cadencia completamente distinta a la que yo traía de casa.

Curiosamente, esa misma cadencia es la que empecé a valorar en cabina.

Interpretar no es solo hablar. Es escuchar y sentir el ritmo del discurso; saber cuándo esperar, cuándo intervenir y cuándo dejar reposar momentáneamente una idea antes de traducirla. Hay intérpretes que se lanzan demasiado pronto, como si estuvieran en una carrera. Sin embargo, la verdadera elegancia está en dominar los tiempos, en fluir con el ponente y dar espacio a la pausa. Porque los silencios son igual de importantes que las palabras.

La Semana Santa me enseñó a ralentizar la mirada, a dejar que algo se revele poco a poco. Desde entonces, cada vez que me siento en la cabina, con independencia de la temática de la interpretación, llevo conmigo esa lección: la de saber esperar. La de no tener prisa. La de dejar que las palabras se hagan hueco, igual que una procesión entre la multitud.

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