Una mirada a la trastienda emocional de la interpretación

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1 de agosto de 2025
Cuando la interpretación fluye, todo parece fácil: la voz entra a tiempo, el mensaje se transmite sin fisuras y el público ni se plantea lo que pasa dentro de la cabina o en la mente de quien está pendiente de trasladar el discurso con auriculares y micro. Sin embargo, cuando termina el evento —cuando se apagan los micros y se vacía la sala—, empieza otra parte del trabajo de la que apenas se habla.
Ser intérprete es, casi siempre, convertirse en la voz prestada de otra persona. Dejamos espacio para su discurso; nos adaptamos a su tono, a su mensaje y a su emoción. Y eso, aunque lo dominemos con práctica y vocación, pasa factura si no se compensa con cuidado propio, especialmente en aquellos eventos con una alta carga emocional.
💭 ¿Quién se hace cargo del cansancio después de ocho horas de concentración intensa?
💭 ¿Quién atiende la necesidad de silencio, descanso o contención emocional?
💭 ¿Quién interpreta a la intérprete cuando se le acumulan las dudas o la presión?
El «bajón poscongreso» existe. El «lo he dado absolutamente todo y ahora necesito parar», también. A veces, no es que no queramos aceptar otro encargo más: es que necesitamos reconectar con nuestra propia voz; no la que ponemos al servicio de otros, sino la que nos recuerda por qué hacemos esto.
En un verano donde muchos de nosotros seguimos al pie del cañón, es importante ponerle nombre a ese lado invisible del oficio: la vulnerabilidad, la fatiga, la exigencia continua y ese perfeccionismo que a veces se nos va de las manos.
Se trata, sobre todo, de poder abrir espacios de conversación reales. De que no nos dé pudor decir: «hoy necesito parar» o «este evento me removió por dentro más de lo que esperaba».
Porque cuidar(se) también es parte del trabajo. Y saber parar, tan necesario como seguir adelante cuando toca.
🌀 ¿Te has sentido alguna vez así? ¿Tienes tus propios rituales o estrategias para recuperar el equilibrio después de un evento exigente? Te leo.